Lo que antes era prensa vendida, hoy es contenido patrocinado

Hace algunos días en una reunión de chicas, una de ellas nos platicaba de unas vitaminas para mejorar la memoria que las recomendaba un influencer de Tik Tok, cuándo le pregunté porque le creía me dijo que porque era una persona y no un comercial de esos que pasan en televisión.

El comentario me llamó la atención porque justo a finales del mes de septiembre se cumplieron 11 años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y lo recuerdo muy bien porque en ese entonces daba clases de periodismo en una universidad, y la mayoría de los jóvenes repiten como mantra que los medios de comunicación no decían la verdad sobre ese caso y que toda la información estaba manipulada.

Y la idea me gusta porque lo hacen con cierto empoderamiento informativo, porque cuestionan y ya no se creen todo lo que dicen los noticieros, las revistas o los periódicos. Ahora buscan alternativas… bueno al menos eso es en apariencia.

Y así, durante años, los jóvenes han repetido hasta el cansancio que: “los medios de comunicación están comprados” y para ellos es como si fuera un empoderamiento porque . Es una idea que simboliza cierto empoderamiento informativo: ya no se creen todo lo que dicen los noticieros, cuestionan las portadas, buscan fuentes alternativas. Y, en apariencia, eso es algo bueno.

Sin embargo, el problema comienza cuando esa desconfianza hacia los medios tradicionales no se aplica con el mismo rigor a las redes sociales. Hoy, muchos creen que TikTok, Instagram o X son espacios “libres”, donde la verdad circula sin filtros ni intereses. Pero nada más lejos de la realidad: la manipulación no desapareció, solo cambió de plataforma.

Y para muestra, un botón: el caso Electrolit.
En cuestión de días, la marca pasó de ser una de las bebidas rehidratantes más populares del mercado mexicano a protagonista de una campaña de desprestigio digital. Decenas de videos en redes sociales —especialmente en TikTok— denunciaban supuestos efectos adversos del producto. No había estudios científicos, ni evidencia sólida, pero eso no impidió que los clips se volvieran virales, y por supuesto los usuarios empezarán a comentar y a creer en esa información, y a correr la voz para que dejaran de comprar ese producto.

Este caso puso en evidencia una nueva forma de manipulación: la emocional, la algorítmica y la pagada. Hoy, un influencer puede tener más poder de persuasión que un noticiero, y también más incentivos económicos. Lo que antes era un espacio de entretenimiento se ha convertido en un terreno fértil para la propaganda disfrazada de opinión espontánea.

Lo preocupante es que los usuarios, de cualquier edad y nivel socio económico, no aplican el mismo escepticismo hacia sus creadores favoritos que el que aplican hacia los medios tradicionales. 

Y es que el influencer —por más cercano, divertido o “auténtico” que parezca— también puede estar leyendo un guión o repitiendo un discurso pagado. La diferencia es que ahora el mensaje viene acompañado de música, humor y confianza, lo que lo hace aún más efectivo.

El caso Electrolit debería hacernos reflexionar. No todo lo que circula en redes merece nuestra fe inmediata. Así como aprendimos a leer entre líneas en los periódicos y noticieros, necesitamos desarrollar una alfabetización crítica digital: preguntar quién dice qué, con qué intención y si hay evidencia detrás de las afirmaciones que consumimos.

Porque, al final del día, la verdad no desapareció: solo se volvió más difícil de encontrar.
Y aunque la tecnología nos haya dado voz, la responsabilidad de usarla con criterio sigue siendo nuestra.

Todos los comentarios son bienvenidos a veronica@vaes.com.mx

Nos leemos, la próxima vez. Hasta entonces.

VERÓNICA VALENCIA GÓMEZ es divulgadora y consultora de comunicación y mercadotecnia en Vaes Comunicación. Es periodista especializada en Tecnologías de la Información, cuenta con una maestría en marketing digital y certificación como instructora capacitadora on line y offline.